-Mira al cielo -le dije.
Ella miró hacia arriba de manera entusiasmada.
Entonces pregunté
-¿Qué ves?-
-Nubes y azul celeste- respondió.
-Entonces, lo que ves es nada, es simplemente una ilusión que crea nuestra mente. Ahora, mira aquel árbol.
Empezaba a mirarme como si yo estuviese loca. Miró el árbol y dijo
-No entiendo. Estoy segura que dirás que el árbol también es una ilusión.
-Eso es correcto ¿Cómo te sentirías si te digo que todo lo que conoces no existe, es irreal?- Enuncié con tono filosófico.
Su mirada de vidrios rotos comenzaba a perturbarme. Quizás ella no estaba lista para esto.
-No sé- Respondió vagamente.
En ese instante, pasó por la calle un hombre corriendo, miraba el reloj y gritaba
-¡Voy a llegar tarde!- repetidas veces y desesperado.
-Eso es querer atrapar los segundos, la bomba de tiempo estalla cuando más apresurado estás- Dije entre risas.
Rakhshanda tomó un gesto en su cara de desaprobación y dijo de forma irónica.
-Prosigue intentando explicar tu teoría.
-Aja, bueno…-divagué un momento intentando buscar las palabras exactas- Todo lo que nos rodea es irreal porque no existe, es como un holograma, mejor dicho, nos encontramos viviendo dentro de un sueño que poco a poco nos va consumiendo hasta hacernos esclavos y prisioneros de su falsa realidad, solamente cuando morimos logramos despertar y entrar al mundo verdadero.
-¿Se te aflojó un tornillo?- gritó con los ojos perplejos que parecían dos huevos fritos.
Yo sólo seguía pensando en cómo podía explicarle todo lo que pasaba por mi mente sin que continuara pareciendo sacada de un lugar de esos que utilizan camisas de fuerzas y todo, absolutamente todo, es blanco incluso creo que hasta la comida lo es (aunque no estoy segura); ese lugar llamado manicomio o de forma bonita “sanatorio para enfermos mentales”.
Logré recordar que en la clase anterior de Filosofía, el profesor mencionó un escrito de Platón llamado “el mito de las cavernas”, éste estaba muy lejos de ser un mito, realmente era una alegoría. Decidí apoyarme de la idea de ese personaje tan reconocido para plantearle mis ideas a Rakhshanda.
-Platón opinaba casi igual que yo- mencioné entre dientes.
-¡No me digas! ¡Cuéntame más, anda! -dijo de forma sarcástica.
-Pues si- dudé por un segundo si era necesario seguir con esta autotortura – Mejor olvídalo, sé que para ti ya quedé tachada como “la loca”, una delirare. Y eres una obtusa cerrada a nuevas ideas.
-Menos mal que estás clara de la situación en la que te hallas. Y no soy obtusa tan sólo tengo los pies sobre la tierra y estoy en mis casillas.
Rakhshanda se dio media vuelta y caminó partiendo hacia un sitio lejos de mí.
Por otra parte, yo me senté en la grama y seguí pensando (como cosa rara) en todo aquello que engloba la esencia de la humanidad, llegué a la conclusión de que: las personas se crean su propio infierno aferrándose al dolor del pasado, comunican su forma de realidad mas no la realidad misma, después del último aliento no queda otra cosa que decir “adiós”, aceptan la rosa con la espina y luego reclaman por la herida, aquella mariposa desplega sus alas intentando volar en contra de la ráfaga de viento, sin la cafeína te sientes viviendo en cámara lenta, el cromatismo estalla en tu pupila hasta enceguecerte, la madrugada aguanta una ardua soledad imperante pero llega la luz del sol para romperla con el amanecer, trivialidades nublan los pensamientos, cuando vistes sin ropa –en el esplendor de tu cuarto, entre sábanas mojadas- quieres saciar las ganas y darle paso al placer, maldices una y otra vez creyendo que de esa manera obtendrás lo que quieres, por último, no olvidas fácilmente un pacto con el diablo.