jueves, 7 de febrero de 2013

Carta para una desconocida


Querida Janice:

            Te escribo hoy, un 7 de marzo como cualquier otro, y mientras lo hago pienso en cómo sería volver a jugar con tu cabellera rojiza ondulada.
             Con estas palabras no pretendo que me respondas ni mucho menos que vuelvas, pero sí que recuerdes una historia. Una historia que comenzó con dos jóvenes llenos de casualidades e intenciones.
            Por cierto, ayer me paseaba por el parque –aquel al que íbamos todos los jueves por la tarde- y te vi a lo lejos sentada, observando al resto de las personas –como esperándome, buscándome entre la muchedumbre-. Han pasado ya dos largos meses tan largos que parecen años que no visitaba ese parque, realmente me sorprendió hallarte allí. En tu mirada había cierta esperanza de encontrarme; pasado un rato comenzaron a correr lágrimas por tus mejillas y te inclinaste hacia delante posando tu rostro entre tus piernas. No sé qué recuerdo vino a tu mente que te provocó tal nostalgia, pero luego hurgaste en tu cartera y sacaste una foto (no soy tan acosador para saber cuál de todas las que nos llegamos a tomar era).
            Ahora sé que me extrañas.
            ¿Recuerdas cuándo se enredaban nuestras caderas?  ¿Y tu sonrisa explotaba de placer? ¿Cuándo recorría tu piel blanca con  mis dedos y contaba tus lunares con mi boca? Sé muy bien que lo recuerdas.
            Noches salvajes desordenando la cama y remojándonos en la ducha. (Y te hacía el amor con palabras)
            Sin embargo, no fue solo placer. Fueron las sonrisas entre besos, despertar juntos cada mañana, preparar el desayuno y hasta quemar la estufa, pelear por lo hermosa que te veías en aquel vestido púrpura que no te gustaba y aun así usabas seguido, el labial rojo pasión que delineaba tus labios, las canciones de Nirvana que versionábamos, tu voz sólo tu voz lograba que mi corazón se acelerara y latiera más lento al mismo tiempo, el cannabis interfiriendo en nuestras neuronas, tu perfume Chanel que compraste en el primer viaje a París que realizamos juntos, tu desorden, tu imperfección, tus grandes ojos café, tus pecas, tu caminar, pero sobre todo lo que éramos cuando estábamos juntos.
            No fue un amor de película, por el contrario, fue el tras cámaras.
¿Nos aburrimos, quizás? ¿Nos comenzamos a fijar en otras personas? No lo sé, pero no soporto más pensarte tanto, revivirte en cada esquina de la habitación, ver tu rostro en cada persona que transita la conglomerada Av. Principal. Por eso, desde el momento que termines de leer esta carta serás  para mí  una total y completa desconocida.

Porque pongo punto y final a esta historia.

Att: El siempre amor de tu vida (Diego Cavalcanti‎)