sábado, 3 de noviembre de 2012

Dignidad de mujer

Alguna vez escuché de tu boca
“Las palabras son como un dardo”
Frase que retumba en mi cabeza mientras leo tu carta. Aquella carta que dejaste fríamente sobre la mesa un 20 de noviembre hace ya un año y tres meses. Pues sí, tenías razón, las palabras son como un dardo cargado de veneno, porque nada es más doloroso que una verdad expresada de tal forma. Ojalá fuese real eso de que “las palabras se las lleva el viento”, pero no es así…
El final de la carta comienza con estas líneas:
“Lo más probable es que me odies después de esto, pero tengo motivos que no entenderías”.
¿Odiarte? Sí, te amo y te odio al mismo tiempo…
¿No entender? ¿Acaso no llegué a leerte hasta los pensamientos?
“No sé cómo explicarte lo mucho que…”
Una mancha de café cubre las últimas cuatro líneas y todavía no he logrado descifrarlas –quizá lo hiciste adrede o fue sólo descuido-.
Sí, te marchaste esa mañana dejando tu ropa y tu perfume colgados en el armario que no se desprenden de ahí.
Justo hoy –sí, soy muy masoquista y lo sabes- decidí visitar aquella cafetería escondida en un bulevar de la Av. Principal donde nos conocimos de la manera más perfectamente ridícula que dos personas se pueden conocer y te vi, te vi sentado en la última mesa –como quien no quiere ser visto- En ese instante se me quebró la razón que caía junto con mi dignidad de mujer al piso. Después de un año y tres meses pude comprender, trágicamente, el porqué te marchaste así sin más.

Hoy te vi besando al que sería nuestro padrino de boda.