Mientras pensaba quién era un
domingo por la mañana, una línea de cocaína reventó su cerebro como una fría
bala que atraviesa la sien; era la tercera vez en una hora. Su ritmo cardíaco
aceleraba y sus músculos se contraían. La dopamina estaba a punto de colapsar.
La euforia invadió lo más profundo de sus entrañas. Estaba cayendo en un
espiral descendente hacia un punto sin retorno. Empezaba a sudar y su piel se
volvía cada vez más pálida, el vértigo era una sensación permanente que
aumentaba. Las ojeras marcaban su rostro y su pupila dilatada rebotaba desesperadamente
sobre cada espacio de la habitación. Finalmente, logró fijar su vista en un
objeto, lo agarró y de un golpe brusco lo tiró contra un espejo en el que se
reflejaba solamente su cadavérica tez. Al caer los trozos de vidrios el
estruendo del sonido la hizo echarse al piso a llorar. Ni el más intenso y
largo high podía lograr que se
olvidara de la cárcel en la que se sentía, incrementaba el sentimiento
errático.
Aída estaba inmersa en sus
demonios. La enloquecía que él llegara con el perfume de otra mujer, con otro
aroma en sus manos… La mataba siquiera el hecho de pensar que otra lo tomara
por el brazo y le acariciara su pecho. Le perturbaba que pudiera llegar a
tratar a otra fémina como la trataba a ella. Estaba tan aferrada a su
sentimiento, a su querer, que cualquier acto que invocara a la pérdida le
provocaba pánico. Las pesadillas recurrentes y los dolores de cabeza
atormentaban su día a día. Se sentía tan
vacía que comenzaba a experimentar un gusto por la muerte. Tenía la percepción de
que animales se arrastraban debajo de su piel, hace mucho que le habían
arrebatado la cordura. Quizás dentro de su subconsciente estaba cansada de
pasar las tardes viendo porno soft, a
veces hardcore, y beber vino barato.
Desde su huida, solo le quedaba una cama vacante con sexo y jazz en el ambiente. No podía seguir con la asquerosa rutina de placeres vendidos al mejor postor.
La desesperación la ahogaba, las
manos le temblaban y la añoranza tocaba la puerta aquel verano: evocaba memorias que se esfumaban con
el humo del último cigarrillo, pero que permanecían tan marcadas como las
huellas de la heroína en la piel. El pasado la pateaba y la dejaba tirada
contra el suelo, voces le susurraban al oído su autodestrucción.
Todavía con vestigios de erythroxylon coca en su sistema
nervioso, decidió subir las escaleras que la separaban de la terraza: cinco
pisos. Colocó su pie derecho descalzo y descuidado sobre el borde de la
cornisa, inclinó su cuerpo un poco hacia adelante y miró fugazmente al abismo
produciendo un fuerte mareo. Los autos iban de un lado a otro en dirección
contraria, tan rápido que no lograba darles sentido. Su largo cabello castaño
ondeaba golpeado por el duro viento. Respiró profundo durante siete segundos al
mismo tiempo que tambaleaba, aproximó su pie izquierdo y de un salto dejó que su alma volara adonde no hay límite
entre el espacio y el tiempo.