martes, 27 de junio de 2017

Rashomon: la historia de contar una historia en pasado, presente o futuro


"Si mi teoría de la relatividad es exacta, los alemanes dirán que soy alemán 

y los franceses que soy ciudadano del mundo. Pero si no, los franceses dirán 

que soy alemán, y los alemanes que soy judío". 

Albert Einstein.


Un supermercado en el Centro de Caracas está siendo acechado por personas que imploran alimentos. En la cola se encuentran un motorizado, un abogado y una monja, quienes para aliviar el peso del tiempo comienzan a hablar entre ellos con la finalidad de comprender los recientes hechos atroces: la Guardia Nacional Bolivariana dispara a mansalva a los manifestantes. Hay varios heridos y un muerto, las armas de fuego no disimulan; cada uno brinda su propia versión y busca distintos culpables embriagados de su relato personal y tratando de no perder la fe en la humanidad. Otrora, este prisma individual de la realidad lo presentó el director japonés Akira Kurosawa en Rashomon (1950), un film ambientado en Kioto, Japón, en el siglo XII y casi mil años después pareciera que aún nada ha cambiado. 

Rashomon es la muestra de que todos los seres humanos comparten el mismo problema: el relativismo, adornado con la filosofía de los actos mundanos. La película de Kurosawa cuenta un crimen desde la perspectiva de cuatro testigos que se contradicen entre sí, quizá con la intención de evadir la culpa mientras están presos de sus sentimientos, delirios y perversiones. Así el fade in tiene vida con una fuerte tormenta que logra que un sacerdote, un leñador y un peregrino se refugien de la lluvia en las ruinas de un antiguo templo. Estos tres caracteres pretenden esclarecer lo acontecido en un bosque cercano: la violación de una mujer y el asesinato de su marido –un samurái–, pero todo se vuelve más confuso. 

La trama de Rashomon está sumergida en una dualidad, que podría compararse con la que plantea el filósofo alemán G. Hegel: lo externo no puede perturbar el yo sereno e inmutable, porque la consciencia del sujeto ansía dominar al objeto, negando a su vez el poder del mundo exterior sobre él. Es así como el leñador, el ladrón, la mujer y el samurái –invocado a través de una médium– pasan de ser simples testigos a convertirse en autores del crimen según la declaración de cada uno de ellos, es esto lo que los hace danzar en la dualidad para ofrecer los hechos que los liberen de la condena vital y puedan salvar su alma a expensas de su orgullo. 

La puesta en escena logra que la mujer del samurái sea quien alcance mayor empatía y nos envuelva en su narración avergonzada por la misoginia de quienes la rodean. Mientras tanto, entre lágrimas, levanta la cabeza junto al resto del cuerpo y clava su mirada casi frente a la cámara para demostrarnos que los espectadores somos el objeto que su consciencia pretende someter. Al mismo tiempo, en el fondo del encuadre, el sacerdote y el leñador escuchan con atención sin realizar ningún movimiento, se mantienen intactos para interpretar el universo que se nos presenta como dado, pero que puede ser penetrado; aunque, la proxemia entre los personajes nos indica que está lejos de serlo. Todo esto lo estiliza también con la composición triangular que se mantiene en la mayoría de los planos, para buscar un equilibrio e insinuar una lucha de poder: ¿quién tiene la verdad? 

El hilo conductor de esta historia es engranado por flashbacks y cortes, que crean la sensación de que los recuerdos son discontinuos y cuando se desea contar una versión de alguna vivencia, la realidad se nos ostenta de forma fragmentada haciendo más difícil su comprensión objetiva. Asimismo, Kurosawa juega con nuestras mentes y nos exhibe un doble plano narrativo: el sacerdote y el leñador son los mediadores del relato en el momento en que le cuentan al peregrino, en el templo, lo que escucharon en el juicio. Pero está contado desde la perspectiva de quien recuerda las declaraciones, cayendo en el multiperspectivismo. 

En 88 minutos, aproximadamente, Rashomon nos da una lección sobre la debilidad de la naturaleza humana, la cual lleva implícita el no poder ser honestos con nosotros mismos y estar cegados por el egoísmo. De esta manera, la obra maestra del director nipón enseña un multiverso de la realidad que ha estado presente en todas las épocas y lo seguirá estando de forma significativa. Esta producción cinematográfica nos invita a reflexionar sobre nuestra propia existencia y la subjetividad de la verdad. Al final, aunque suene visceral, la vida real no siempre tiene respuestas como lo expone el argumento de Rashomon. 

Las pasiones mundanas, más allá de un concepto poético, brotan dentro de todas las culturas y períodos históricos, así que fácilmente se podría realizar un remake de Rashomon como espejo de la sociedad venezolana y su gobierno actual, enfocado a cómo cada uno de los estratos sociales vive su propia realidad y convierten al “Socialismo del Siglo XXI” en un régimen subjetivo y utópico, inundado de dualidades políticas entre la verdad de unos y las mentiras de otros, solo para mantener el poder y el orgullo al mejor estilo de un samurái y un ladrón que todos los días oprimen y abusan de su mujer llamada Venezuela.

Einstein no puede estar equivocado, la relatividad es cosa del pasado, presente y futuro. ¡Einstein vive, la lucha sigue!