-Sé que esperas más que poemas- dije con la mirada fija
sobre su rostro, me miró en silencio y no mencionó nada. Poco a poco nos
acercábamos a lo que sabíamos que un día iba a pasar. Ivonne realmente estaba
cansada, se quedó dormida de golpe y no pareció importarle mucho lo que le decía. Esperaba
que a la mañana siguiente ya hubiese olvidado todo. Cuando me levanté, ella ya
se había ido. Dejó el desayuno sobre el comedor y la cafetera enchufada. Miré
el reloj: eran las ocho y media. Sobre la mesa se encontraba una hoja de papel
escrita a mano:
“Son las dos de la mañana, se supone
que deba estar durmiendo. En su lugar te escribo en esta hoja lo que nunca me
he atrevido a decirte. Si no te importo, tomarás la carta y la arrojarás a la
basura sin siquiera leerla.
A lo largo de estos ocho meses he intentado
ser la mujer que esperas. Esta vez no tengo intenciones de ser yo quien huya.
No soy lo que buscas, lo que quieres, lo que anhelas… Soy mucho menos que eso.
Me duele en silencio cuando llegas a casa y veo que la llevas impregnada en ti:
en tu piel, en tu cabello, en tu abrigo, en tu mirada, en tu perfume, en tu
sonrisa; la llevas en cada pedazo de ti. Trato de obviarlo y recordar aquellos
días de marzo en que ninguno de los dos estaba cansado del otro, en que solo
sentarnos a tomar una taza de té, juntos, nos hacía felices. Pero de eso se
tratan los recuerdos, de sentir un golpe en el pecho y un vacío en el estómago.
No puedo eludir la necesidad de
despertar cada mañana a tu lado, de prepararte el desayuno, de descansar sobre
tu regazo, de comprarte libros, de llevarte de la mano a caminar sin rumbo, de
conversar contigo… Necesito a alguien que sepa servir el café (ya sabes lo
torpe que soy), que me vea, me bese y sonría, que no le importe qué ropa llevo
puesta porque va a arrebatármela. Extraño ser tu motivo para escribir todas las
noches antes de dormir, cuando me dedicabas poemas en vez de la luna. No quiero
arroparme con la soledad y abrazar a la almohada. He sido capaz de aguantar tus
cambios de humor (que no es nada fácil), de esperarte hasta tarde despierta, de
arrancarte los miedos…
¿Recuerdas cuando nos fumábamos los
instantes o cuando nos mirábamos y hablábamos en silencio? No deseo que te
quedes atrapado en el tiempo, ni que seas solo un amargo bocadillo. Sabes muy
bien que no soy una mujer de muchas palabras y en estas me estoy excediendo.
¿Ves lo qué causas?
Sé
que en este momento solo debería odiarte, pero no puedo (lo he intentado)”.
Al leer sus palabras me entró un aire en la boca del
estómago y los recuerdos volaron en mi mente. Pude comprender que la amaba y me
había enamorado, sin importar cómo. Solo sentía la necesidad de salir corriendo
a buscarla y decirle lo que sentía. Comencé a sospechar que la había perdido,
pero para perderla primero tenía que ganarla.
Sabía exactamente donde podía estar, la conocía muy bien.
Conocía sus caprichos, debilidades, gustos, disgustos, vestidos, películas y
comidas favoritas, estados de ánimo y los lugares adonde iba cuando se sentía sola.
Sin pensarlo dos veces, tomé las llaves y el abrigo.
Caminando lo más rápido que pude, me dirigí a un pequeño café ubicado en el
centro de la ciudad. Me quedé parado en frente del local viéndola a través de la
gran ventana de cristal: estaba sentada sola en una de las mesas cercanas a la
entrada, con la mirada baja en uno de sus libros preferidos, con una taza llena
de té negro con limón (supongo, porque es lo que siempre le gustaba tomar
cuando iba a ese sitio a encontrarse con ella misma), su largo cabello castaño
le cubría el rostro de un lado por lo que imaginé que estuvo llorando. Irrumpí
a su paz, la tomé por un brazo y la levanté de la silla. Me miró anonadada,
esperando una explicación; solo pude decir:
-No puedo vivir sin ti,
Ivonne. Eres todo lo que buscaba desde hace tiempo, aunque creas que no es así.
Me pude percatar que todo lo que ha sucedido ha sido un grave error. No quiero
perderte, quiero ganarte de nuevo- Una sonrisa se asomaba en su rostro, la besé
de golpe. No fue cualquier beso, fue uno de esos que te llegan hasta al alma,
que te hacen comprender que de verdad amas.
Toda la gente a nuestro alrededor nos observaba como
quien ve el final de una novela en televisión, eché a reír.