martes, 28 de agosto de 2012

Noche de cuarto y hotel

Me senté sobre la cama desordenada, desarreglada  acomodé mi cabello intentando peinarlo con mis manos torpes, revolqué mi cartera hasta conseguir una caja de cigarros, tomé uno y le di rosca al yesquero, dándole sólo dos jalones de humo terminé presionando el cigarro fuertemente contra el cenicero. Te observé dormir por unos instantes tienes el sueño profundo, pensé acaricié tu cabeza enlazando tus cabellos con mis dedos, me levanté de golpe y entré al baño, abrí la regadera con agua caliente, casi hirviendo me despojé de la ropa y tomé una ducha, en ese momento no pensé en nada mi mente quedó totalmente vacía como la de un recién nacido. Cerré la llave y volvieron otra vez las lucubraciones, cogí la ropa regada del piso y con ella me vestí sin prejuicios, como tú y yo. Me pinté los labios color carmesí, pasé el labial dos veces por encima de ellos haciendo énfasis en el surco quizás así lucirían más atractivos. Te vi tan callado como ausente que no quise molestar, salí por la puerta intentando escapar de aquella noche de cuarto y hotel.  

sábado, 25 de agosto de 2012

Tres y quince de la tarde: La hora muerta

Iba caminando descalza por el parque, llevaba en la mano esos tacones rojos (que tanto te gustaban). Sentía la grama y la tierra húmeda en cada pisada cuando un niño pasó corriendo a mi lado y por poco lo tropecé, se quedó mirándome  con esos ojos peculiares de infancia. Continué caminando y encontré a mi paso un hormiguero, las hormigas se movían desesperadamente porque estuve a punto de destruirles su hogar con mi pie desnudo  (por mi despiste). Miré hacia arriba queriendo observar el cielo, pero no hallé más que el azul celeste impregnado de radiación solar, bajé rápidamente la cabeza parpadeando una y otra vez para sacar lo encandilado de mi vista; divisé a los aledaños y logré comprender que es increíble todo lo que puede suceder en un mismo lugar, al mismo tiempo.
¿Nunca lo habías pensado?
Una mujer corre detrás de su hijo, el cual  va persiguiendo a su mascota, mientras que dos jóvenes enamorados con éxtasis de hormonas se besan sobre el mantel de un picnic, cinco universitarios sentados en círculo comparten un club de lectura sobre “Orgullo y prejuicio”, un hombre en solitario duerme bajo la sombra de aquel viejo árbol, una anciana le compra un helado a su nieto para que éste deje de llorar, y en ese preciso instante
(Con tu nombre en mi mente, pensándote)
Miré el reloj sujeto en mi muñeca que marcaba las
Tres y quince de la tarde.
 Subí la mirada y ahí estabas tú, como siempre tan sereno, como quien no quería ser encontrado. Era ese momento tan efímero como el viento pero que dura para siempre, consiguiendo que todo a nuestro alrededor se detuviera. Era la hora muerta porque no ocurría nada más, sino tú y yo.

miércoles, 15 de agosto de 2012

Era tan perfecto que aburría


                Tal vez a lo que llamábamos amarnos era sólo la confusión de la costumbre. Sí, una costumbre atrapante que al final nos agobió. Nos agobió el hecho de la rutina, empezando porque todas las mañanas al despertarnos  me mirabas a los ojos y decías con ese peculiar acento italiano:

“Buongiorno principessa”
 (acompañado de un beso en la frente)

Logrando sacarme la sonrisa más tonta. Luego al levantarte de la cama preparabas café, un café marrón con bastante espuma y azúcar (de esos que me gustan y tú lo sabes muy bien), cortabas unas tres o cuatro rodajas de pan y juntabas jalea de mora o fresa. Era el desayuno “vómito caleidoscópico”, así lo llamaste ¿La razón? No la sé, nunca quisiste contármela decías que era mejor mantener el misterio.  Jugando como niños me hacías correr por toda la casa para llegar a la ducha primero pero siempre llegabas tú antes, enunciando: “Si quieres llegar temprano al trabajo tendrás que ingresar conmigo a la ducha” (al mismo tiempo que con tus manos tentadoras me despojabas de la blusa que cargaba puesta, desabrochando botón por botón lenta y delicadamente) por supuesto yo no podía resistirme, era tal cual como un momento de película, de esas que hasta pueden estar censuradas (sí, censuradas) e igual terminaba llegando tarde por entretenerme allá a dentro contigo. Tenías el capricho de seleccionar la ropa la noche anterior, situación que me hacía sentir a mí como al hombre, tomando lo primero que encontrara en el armario. Rememoro que te  comenté: “A veces siento que tú estás mejor vestido que yo”, a lo que respondiste con suma franqueza: “créeme que te ves mucho mejor sin ropa, así que realmente no me importa lo que lleves puesto porque en cuanto pueda te lo quitaré”.
(Era tan perfecto que aburría)
                Pero, tarde nos dimos cuenta de que eso no era felicidad (es algo más ¿no?); comportarnos de manera pueril no nos haría más bienaventurados ¿o sí?  Sin embargo, había una necesidad más allá de peinarnos, despeinarnos y volvernos a peinar, de dormir en la misma habitación, sobre la misma almohada, arropados con la misma sábana, de dejar la ropa tirada en el piso o sobre la alfombra, de mirarnos en el espejo y no encontrar algo más que nosotros.