viernes, 13 de diciembre de 2013

La última noche de Jim


Todas las mañanas colocaba sobre la mesa dos platos hondos y los llenaba con cereal, luego servía dos tazas medianas de café y le sonría a la amante de turno de la noche anterior, que llevaba puesta su camisa. Se disponían a sentarse a la mesa para consumir su desayuno. Esa era su rutina mañanera, pero cada día cambiaba de protagonista. La lascivia forjaba la vida de Jim, su calendario y agenda estaban programados en función de complacer su apetito sexual. Cerca de las once y treinta a.m. despachaba a la invitada, se duchaba, vestía con algún jean y cualquier remera con el logotipo de alguna banda que encontrara en el piso y no estuviera muy sucia. Vivía entre el caos y el desorden.

Además de las mujeres, solo la música podía producirle orgasmos. Intentaba componer canciones tocando la guitarra y tarareando frases encima de su cama desordenada. Cuando se frustraba, se tragaba un ácido y colocaba cierta canción de The Doors a todo volumen hasta reventarle los oídos a su amargado vecino.

Aquella noche caminó hasta el bar de la esquina, se sentó en la barra y pidió una cerveza. Observaba sigilosamente a su próxima presa, al mismo tiempo que una banda tributo a Led Zeppelin hacia su puesta en escena con la canción Whole Lotta Love. Tenía tiempo de sobra, o eso creía, para hacer su movimiento así que fue por un pase. En el baño, frente al espejo, una raya de cocaína destruyó su cerebro en cuestión de segundos; por la puerta se asomaron unos zapatos altos con tacón de aguja, unas sensuales piernas y perfecto caminar se avecinaron hasta Jim. Tomándolo por sorpresa, los labios epicúreos marcaron su cuello y su pecho con rojo carmín. Los ojos pardos de Jim se confundían con el castaño oscuro del cabello ondulado de la fémina. Lo agarró por el mentón y acarició su barba.

-Te dije que volvería, cariño- susurró en su oído.

Seguidamente lo besó con ardiente pasión en la boca, de un empujón lo pegó contra la pared y apuntó con el revólver: un solo disparo en la frente hizo falta para acabar con la vehemente vida de Jim.