miércoles, 26 de diciembre de 2012

Ágata no tiene quién le escriba

                Ayer fui a comprar un gato –blanco- tan elegante como aquel vestido negro que tengo colgado en el armario ¿Por qué blanco? Respuesta fácil, para muchos el mundo es color rosa ¿Para mí? Bueno, para mí es tan blanco como los primeros copos de nieves que caen al principio del  invierno –sí, blanco porque no hay color que defina-. Entré a la tienda y ese pequeño minino me miró con ojos quebradizos, sabía que era él a quien quería como compañía en mis veladas y en la mañana observara sigilosamente como bebo la taza de café.  
                Mi mala suerte comienza cuando apenas pongo un pie en la calle y mi mirada siempre va directo a parejas que se están besando, tomando de la mano o abrazando. Pero ya estoy acostumbrada. No es más que una cólera momentánea porque ellos sean felices.
                Hoy estuve pensando, una mujer puede tener muchos hombres detrás de ella que le prometen la luna y el cielo pero no tiene por qué sentirse deseada o querida. Su mente y corazón estará en ese nombre innombrable, aplica para mí.
                Imperecederamente esperamos que el otro nos ame de la forma que imaginamos, creamos un mundo de fantasías: una utopía, y cuando la realidad te hace pisar la tierra y bajar de la nube duele, duele como caída libre en un pozo sin fondo. La historia que se comenzaba a escribir se borra, queda sólo un libro con páginas en blanco para ser llenado nuevamente y repetir el círculo vicioso.
                No espero que vuelvas, ni que me busques. Tampoco pretendo involucrar a alguien más en mi aquejada vida y arrastrarlo a ella. Sólo compré un gato blanco para no sentirme sola e incomprendida, porque todos necesitamos de vez en cuando un poco de compañía así sea sólo la de un animal.
                Porque desde que tú no estás, Ágata no tiene quién le escriba.