domingo, 13 de octubre de 2013

Sobredosis


-Te amaré por el resto de mi vida- me dijo directo a los ojos.

-Me parece insensato decir que amarás a una sola persona el resto de tu vida. ¿Quién puede hacer esa promesa? Lo más seguro es que, en unos meses, llegará una mujer más hermosa y atrevida que yo. Una mujer que no sea torpe y obstinada, que sepa preparar café y no queme las camisas al plancharlas, que sea de cabello rubio, ojos azules, labios carnosos, piel pecosa y cuerpo buloptuoso. Por supuesto, no te llevará a aburridos museos ni tertulias, tampoco llegará a casa con un cachorrito que encontró abandonado en la calle y le dio lástima, mucho menos te hablará de Delacroix o de Cortázar hasta dormirte. No te pedirá que le cantes en las mañanas esa canción que dice: "and all the roads we have are winding/ and all the lights that lead us there are blinding/ there are many things that I would like to say to you/ but I don't know how". Lo que más te gustará de ella es que te prepará el desayuno sin quejarse de que todo le sale mal, no usará tus viejas remeras como piyama, siempre tendrá una perfecta sonrisa en su maldito rostro, no llorará porque vio que una madre le pegaba sin compasión a su hijo, leerá libros de cocina y hogar en lugar de novelas surrealistas y vanguardistas, su boca estará pintada con un rojo intenso que marcará en tu espalda, te erizará la piel con solo rozarte. Será todo lo contrario a mí y eso es lo que más me molesta, que podrás encontrar a otra persona mejor que yo. 

Se quedó en silencio por unos segundos, volvió a mirarme a los ojos y, besándome, me lanzó a la cama. Jamás me había besado con tanta fuerza y jamás había hablado tan déspotamente:

-Eres la única persona que me saca de quicio y aún así no puedo estar, ni un segundo, sin ti. Tus defectos, terquedades y torpezas las aborrezco pero también las amo. Estoy malditamente enamorado de ti, de tus ojos, de tu cabello, de tu nariz, de tu boca, de tus caderas... No tienes ideas de cuántas veces me despierto en plena madrugada y me quedo observándote como un imbécil. Es fácil decir que puedo amar a otra mujer, pero no es así. Me fascina cantarte Wonderwall de Oasis cada mañana y lo haré, si es necesario, hasta que me muera o hasta que te vayas. Eres más adictiva que la blanca y el junk, quiero morir de tu sobredosis. 

Me dejó completamente sin palabras, solo pude seguirlo besando hasta despojarnos de la ropa.
 

Denisse


Escrito por Jarlenis Caraballo.

La universidad era una de las vainas que más odiaba en el mundo, después de los malditos tipos que se inyectan esteroides para que se les inflen los brazos. Ese día el mariquito del profesor estaba hablando güevonadas que ya yo sabía, me ladillé y me salí de clases. Sí, burda de arrecho yo. Bajé las escaleras, encendí un cigarrillo y mientras me lo fumaba, por alguna maldita razón que todavía no me explico, voltée y fue allí, la vi.

Ella era el arquetipo de mujer perfecta para un tipo, tan plasta de mierda, como yo. No solo era su físico- la caraja estaba burda de buena-, era inteligente, bella y tenía una cara de disposición para tener sexo en cualquier lugar que por mi mente pudiera pasar, se veía el tipo de mujer a la que no le importaba un coño.

En cambio, yo era el típico pana queriendo dármela de arrecho, de interesante. Me gustó, desde siempre, la fotografía, la música, la filosofía- era un tipo burda de enrollado-, las mujeres, las drogas y, como a todo hombre, el buen sexo.

Pasó un buen tiempo para volvernos a ver, pero cuando la vi, me entregó una nota, con una sonrisa de esas pícaras que te dan las putas cuando te quieren dar un mamerto. La vaina decía: “La mirada que me diste la primera vez que nos vimos quiero volverla a ver, esta vez en tu cama o en la mía. Me encontrarás en el mismo lugar. Ahí decides, cariño. Ese día no llegamos a ninguna de las dos camas: mi carro fue el único testigo de aquella primera jornada de sexo salvaje. Lo mejor de todo es que fue ella quien encendió primero el cigarro.

Desde aquel día supe que era ella, cogimos en todos lados: desde los baños silenciosos de la biblioteca hasta el piano de su casa. Nuestra relación era extraña, no era la típica relación en la que la pareja se va al cine a ver películas, a caerse a latas y a meterse mano. El único cine que veíamos y sentíamos era el que yo hacía con su cuerpo cada vez que la tocaba.

Yo nunca creí esa paja de que a las mujeres había que respetarlas, para mí todas eran unas putas baratas de la Libertador, les echaba uno o dos polvos y ya. Sin embargo, ella era diferente. No es que la bicha era una santa, le encantaba tirar y lo hacía como una diosa, pero cuando estábamos juntos hacíamos el amor, no tirábamos. Era tan magnífico como fumarte un porro después de haberte metido unos cuantos gramos de cocaína, como cuando a un freaky le regalan una vaina de colección de Star Wars, era alucinante. Sus orgasmos eran llegar a la utopía, la vaina parecía irreal.

Nuestros amigos nos veían y comenzaban a decir vainas como: “son almas gemelas”, “se ven como dos niños enamorados”, puras mariqueras. Ella me entendía perfectamente, y confió tanto en mí. Por primera vez, me sentía seguro con alguien, pero ella sabía demasiado…

Recuerdo aquella dolorosa madrugada y me dan ganas de lanzarme desde el primer puente que encuentre. La única mujer que llegué a amar de esa manera me abandonó de la peor forma. Esa noche el sonido seco de una bala rompió el sosegado silencio, me desperté exaltado y ahí estaba ella, con un tiro directo en la sien. Quizás, muy dentro de mí, lo esperaba. Esa misma noche me dijo: “maldita sea el día en que me miraste, maldita sea el momento en el que te di la nota, fue el principio de mi desgracia, te amo…”. Nunca me había dicho esas palabras, las palabras que te hacen pensar en más. Yo mismo me extrañé, pensé que la cocaína de esa noche le había hecho efecto, me acosté y sus palabras retumbaron una y otra vez en mi mente. La muy maldita dejó una nota, como siempre lo hacía: "Creo que me enamoré de ti, no puedo vivir más con esto, lo siento". Aquí estoy hoy, queriendo retroceder el tiempo y jamás haberla conocido, soy el culpable de tanta desdicha.

Nos volvemos a encontrar





Danzamos en el limbo de la confusión:
Me miras, te ignoro
Te miro, me ignoras
Y entre tanto ignorarnos,
                                       Nos volvemos a encontrar



Atrévete, poeta, a callarme la boca
(Con un beso quizás)
Atrévete a dejarme de observar
(A lo lejos y en silencio)



Buscamos explicar algo
Que no existe
Tratamos de hallar algo
Que no está
El reloj marca las cinco
                                   Y nos volvemos a encontrar


La cannabis se esfuma tan rápido
Como tu corto adiós
Se acelera el pulso,
Se corta la respiración
Y las putas te esperan en la esquina


La ropa en el piso,
La cama desordenada
(Sexo por venganza)
Y la piel erizada


No me hables en gíglico
Que no entiendo tu rictus
No corras más
Que no te puedo alcanzar


Las miradas no se sujetan para siempre
Volvamos al principio
Huyendo de las razones
Atándonos a las pasiones